Calor excesivo

Hacía tanto tiempo que no nos veíamos que apenas pude reconocerlo cuando oí mi nombre en el mercadillo -¿Venus? Sí, ¡Venus!- Yo me giré y me quité las gafas de sol, alguna mueca y ceño fruncido para localizar bien de dónde me sonaba esa voz y en un par de segundos mi scáner completo: mi ex me saludaba con la mano en alto y una bolsa del Alcampo en la otra. ¿Qué nos ha pasado? ¿Cuándo nos hicimos viejos? Allí estábamos los dos entre puestos de frutas y verduras un sábado a las 11 de la mañana. ¡Ricas y productivas mañanas de sábado sin un ápice de resaca! Frescas como lechugas, nuestras cabezas asintieron y nos acercamos para darnos des besos. Aclaro que no es mi último ex. Es uno de los del principio de la lista. Esos que una ya apenas reconocería con el paso del tiempo hasta que en un segundo llegan a la perfección pequeños gestos... Daniel era, y aún lo parece, excepcionalmente bueno. Se había casado al poco de dejarlo conmigo. Tuvo un niño, luego una niña -ya os dije que de lo nuestro hacía tiempo...- y finalmente su mujer decidió que la vida se le iba y que quería disfrutarla un fin de semana al mes, al menos: el finde que él se encargaría de los niños tras la separación, según me contaba. Así que ahora se dedicaba a conocer mujeres algo mayores que quisieran pasar su tiempo con él y este domingo había quedado con una amiga diez años mayor que él para celebrar el Día del Bañador Opcional. La cita sería en una piscina del oeste de Madrid que cerraba la temporada estival con esta particular party. A medida que me explicaba en qué consistía el plan, mi curiosidad iba en aumento. Era lo más sexy que se me ocurría para cerrar el verano... qué mejor que una homenaje al cuerpo ¡en la piscina municipal!

Le desee mucha diversión y me apunté la cita. Iría, por supuesto. Ahora vería como evitar coincidir con él y su acompañante porque yo, está claro, iría sola y ligera...

Toda la tarde fantaseando con ello y al tiempo jugando con mi sex toy favorito (si, el morado con forma de conejito. Es eficiente como pocos) Después de decidir el vestido que llevaría de camino a la puerta de la piscina, la cesta y las sandalias, añadí un tanga con estampado étnico de emergencia, por si hubiera que abortar misión (Dios no lo quiera...) 

Y llegó el domingo 6 de septiembre. Mi cabeza iba más rápido que aquel tren que me llevaba hasta el oeste de Madrid. Está claro que nudismo no implica sexo fácil. En ocasiones no implica ni sexo a secas. Pero de entre los asistentes, seguro que habría algo que llevarme a la boca. Algún regalito para empezar bien la semana... Si no, mis gafas de sol estaban preparadas para la fase del búho. 

Se abrieron las puertas y me indicaron dónde estaban los vestuarios. Crucé los pasillos tirando de los tirantes del vestido, quitando mis braguitas y decidiendo que, ya que había llegado hasta allá, era hora de arrancarme también el tanga. ¡A tope! Guardé la cesta y colgué la llave a modo de tobillera. Me detengo en los detalles para que os hagáis una idea de cómo mi cuerpo estaba segregando feromonas y mi boca saliva.

Empujé para afuera la puerta del vestuario y salí al exterior. La respiración se me cortó. El corazón imagino que dejó de latir unas milésimas. Una excursión del Imserso, un par de madres hippies con sus hijos, un grupo de señores mirones -su decepción fue también la mía- era el conjunto de bañistas que chapoteaban, bajaban escalerillas o se tumbaban al sol. Al otro lado, apartados del agua había alguna pareja en traje de baño que miraba al resto como si fueran unos depravados. Y yo me uní al percal profundamente indignada conmigo por haber imaginado que los cuerpos más sexis de Madrid iban a presentarse a esta piscina un domingo por la mañana... Ya dije antes, ¿en que momento nos hemos hecho viejos? Sólo faltaba encontrarme con Daniel y su pareja.

Intenté recomponerme y ver que todo estaba en su sitio. Con cuidado hice mutis por el foro, entre los arbustos que rodeaban las duchas. Me colgué el vestido de tirantes y en un acto de rebeldía me negué a ponerme el tanga. Agarré la cesta, me coloqué el moño, las gafas y salí en busca del mejor brunch madrileño. 

Este ha sido mi broche final del verano. 

Para el otoño sólo podemos ir a mejor...

¡Gracias por compartir!

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