Texto de Paloma Martínez Lario
No importa que este artículo no coincida con el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, ya que para nuestro sexo todos los días lo son, como ya sabemos… Y no es pecar de feminismo decir que a lo largo de la historia, salvo en los periodos intermitentes de los matriarcados, la fémina siempre ha sufrido incomprensión frente a un mundo dominado por el varón. Esto aparte, hagamos ahora una ligera reflexión sobre la presencia de la mujer sobre todo en el mito y en el arte.
Ya en los albores de la humanidad, cuando los fenómenos se explicaban mediante fábulas, aparecen dos mitos fundamentales: el de la Diosa Blanca y el de las Vírgenes Negras.
La Diosa Blanca, asociada a la luna, a los ciclos menstruales, a los partos y a la agricultura, elevó a la mujer a la categoría de guardiana del hogar y de la familia. El fenómeno social, llamado matriarcado, por el que las mujeres ostentaban los máximos poderes de la tribu, es fiel reflejo de esta creencia. Asociado a esta preeminencia femenina, el mito de las amazonas representaría la otra cara de la misma moneda del poder absoluto: cazadoras, fuertes y salvajes, dominaban a los pobres varones con sus flechas y su intenso erotismo.
Por otra parte, tenemos la tradición de la Virgen Negra- diosa/madre, diosa/hermana, diosa/esposa. Diosas de la fertilidad, como Isis, Cibeles o Artemisa, en el mundo antiguo, pero también en la Europa cristiana, bajo múltiples advocaciones, algunas tan conocidas para nosotros como La Candelaria, la Virgen de Guadalupe o la de Montserrat, extendiéndose también su culto a la América precolombina donde la Pachamama es la diosa telúrica por excelencia, identificada con la tierra nutriente. El cristianismo absorbe este mito primigenio que, alimentando la tradición patriarcal, relega a la mujer a un papel subordinado al hombre, manteniendo la imagen virginal de María como madre y sierva de Cristo, frente a la pecadora Eva, origen de todos los males. La fuerza celestial de la Diosa Blanca y la fuerza telúrica de la Virgen Negra quedan definitivamente anuladas por este maniqueísmo religioso.
También en el arte y en la literatura especialmente observamos este desdoblamiento: mujeres “benéficas” y “maléficas”, víctimas o verdugos, sumisas o rebeldes, dúctiles o transgresoras… De un lado, se convertirán en objetos de amor y veneración en el “amour courtois” de los provenzales; en guía espiritual, como la Beatriz de Dante; en ideal caballeresco, como la Dulcinea de Don Quijote, cuando no en objeto de culto literario, como la Laura de Petrarca o la Elisa de Garcilaso, o en salvadoras de almas, como lo es Inés para Don Juan...Y al contrario: la versión negativa, “pecadora”, nos ha dado mujeres que llevan a los hombres a su perdición, tal Medea que, ultrajada por su esposo, se convertirá en víctima y verdugo por amor; o Livia, quien en “Senso” ultima una desesperada venganza contra su amante; no es menor la perversa inocencia de Lolita seduciendo a su hombre hasta anularlo…Muchos de los personajes femeninos galdosianos se atreven a transgredir los más sagrados principios-recordemos a Amparo en “Tormento”. De manera más festiva, las serranas del Marqués de Santillana entorpecen con su tosco atractivo el recto paso del caminante.
“Buenas” o “malas”, nunca nos dejan indiferentes las heroínas literarias porque han colocado un espejo a lo largo del camino para reflejar una injusta realidad que las atañe y las lacera: Ana Karenina y Emma Bovary, como la Regenta, Ana Ozores, son ejemplos relevantes. Lo son también la Nora de “Casa de muñecas” y las mujeres de las tragedias lorquianas, atrapadas todas ellas entre las estrechas costuras de la sociedad en que viven. Ahí están las protagonistas románticas, mujeres como Jane Eyre, humillada por un sistema educativo y una moral estricta, o como Madame Rênal quien en “Rojo y negro” descubre el amor fuera d un matrimonio convencional y aburrido donde el adulterio femenino no se comprende y “la venganza del amo es terrible”. ¿Y qué podemos decir de esas protagonistas sometidas a un sutil juego sexual como la Nana de Zola o la Margarita Gautier de” La dama de las camelias” (la “traviata”-extraviada- para la gran música). Mujeres que se rebelan contra el papel asignado por una cultura fosilizada, el papel forzado de esposa y madre como lo vivió Sylvia Plath que acabó sofocando su hartazgo en la boca de un horno de gas. Mujeres de vanguardia como Virginia Woolf, o Simone de Beauvoir quien se confesaba víctima del egoísmo de los hombres que amaba. También Anaïs Nin cuyo lema era amar en libertad, se negaba a vivir en un mundo ordinario. Algunas mujeres nos sorprenden por su ingenio… para sobrevivir a la crueldad del varón, como Scheherezade.
Y para terminar: ¿nos hemos preguntado alguna vez cuál es el papel de la niña-mujer en los cuentos infantiles? Ellas reflejan los miedos y las convenciones respecto a su lugar en la sociedad. Así Caperucita es el temor de los padres a que sus hijas sean víctimas de abusos sexuales. Cenicienta, La bella durmiente o Blancanieves son criaturas hacendosas, educadas para ser bellas y gustar a los hombres: su huida del mal les lleva siempre hasta los brazos del encantador príncipe que las hará felices…
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