Las películas de nuestra vida II

La primavera del 72

Texto de Paloma Martínez Lario

Era la primera vez que ponía los pies en Roma. Apenas había descendido del tren y mi respuesta condicionada no se hizo esperar: ¡estaba en la ESTACIÓN TERMINI! Para mí, educada sentimentalmente en el voyerismo de la gran pantalla, no era una estación cualquiera, era esa en la que Montgomery Clift y Jennifer Jones se abrazaban con desesperado amor a las órdenes de De Sica. Y además, la ciudad no era aquella visible, real, sino otra que se mantenía agazapada en la trastienda de las emociones y que estaba a punto de saltar: ROMA surrealista e iconoclasta, de la mano de Fellini, atormentada ROMA, CIUDAD ABIERTA con Rossellini, canalla con Passolini y sus CHICOS DE LA VIDA...

Había viajado hasta allí para asistir una semana más tarde a una boda que se celebraría en una pequeñita iglesia en el Monte Palatino, la boda de un viejo amigo de la bohemia estudiantil, mucho mayor que yo, y que, aunque se había convertido con los años en alguien importante, no me había olvidado. El banquete iba a tener lugar en el Ritz de Via Véneto, escenario de DOS SEMANAS EN OTRA CIUDAD y se requería rigurosa etiqueta: frac los hombres y traje largo las mujeres.

Yo seguía siendo una pobre estudiante que no llevaba en la maleta más que unos viejos jeans y que no sabía qué hacer para resolver la situación. Afortunadamente me reencontré en aquellos días con dos amigos españoles, Pilar y Antonio, que me ayudaron. Los dos eran unos verdaderos hippys, descuidados en el atuendo, el pelo largo y enmarañado, y ataviados con largos blusones de colores adornados con collares. Antonio tenía una Vespa con sidecar y con ella nos dirigimos los tres a la Via Condotti, la calle de las boutiques más caras de toda Roma. Entramos en una de ellas. Yo estaba atónita. Pilar era íntima de la empleada y ni corta ni perezosa le pidió un traje de ceremonia para mí. Por un rato, dijo. Mañana me lo devolvéis. Al salir de la exclusiva boutique, ya con mi gran vestido en la mano, le eché un vistazo a las escalinatas de la cercana plaza y me vi a mí misma descendiendo por ellas tal como hiciera Lucia Bosé en LAS MUCHACHAS DE LA PLAZA DE ESPAÑA.

Asistí sin pasar vergüenza a la ceremonia religiosa. Por la tarde les pedí a mis salvadores que me acercaran hasta el Ritz. Ataviados cada uno a su modo enfilamos las calles sorteando hábilmente con la Vespa el tráfico romano.

La Plaza de España en Roma
La Plaza de España en Roma

Me sentía Audrey Hepburn junto a Antonio/ Gregory Peck en VACACIONES EN ROMA. Naturalmente, nada más llegar a la puerta del Ritz y visto que yo pretendía entrar sin más en el lugar, el portero se adelantó mirando a mis compañeros, primero a uno y luego a otro, de arriba abajo, negando el paso con la cabeza. Antonio y Pilar, heridos en su orgullo, comenzaron a perorar contra los sucios burgueses, cerdos capitalistas, cuyas estúpidas convenciones sociales levantaban muros. Fue necesaria la presencia de los recién casados, alertados los invitados por el griterío, para que el acceso al gran hotel me fuera permitido…¡Como una película cómica!

¡Cine, cine, cine, inmenso ojo abierto al mundo, haces del cinéfilo un gran voyeur de lo humano y lo divino, a través de la indiscreta mirada que se vierte por la ventana blanca de la ilusión!


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