Texto de Mayte Medrano
José Escoz y Francisca Corbacho llegaron a Essen hace más de cincuenta años. Él venía a trabajar en la mina de carbón, la Zeche Emil, que cerró en 1966 y que hoy es la sede del Museo Industrial de Westfalia.
A pesar de la pobreza que vivía una gran parte de España, al llegar, encontraron una ciudad peor que lo que habían dejado atrás. Jugaban con la idea de volver cada año. Sin embargo los hijos, el trabajo y el país vencían siempre la balanza.
Cincuenta años más tarde están más que satisfechos. Han sabido inculcar en su familia las costumbres y la cultura españolas. El esfuerzo y las ganas de integrarse han merecido la pena. Bienvenidos a su casa. Aquí se habla alemañón.
Francisco sonríe y retiene la luz en su mirada. "Salíamos como hormigas...". Al hablar de aquellos recuerdos no duda en ninguna de las fechas claves de su vida. El 20 de mayo del año 1963 llegó a Essen en un tren desde Sevilla. Él, al igual que la mitad de los jóvenes de la comarca, se había inscrito en el programa para trabajar en Alemania. Después de acabar el servicio militar y pasar con nota el reconocimiento médico imprescindible, se presentó en la Cuenca del Ruhr.
p:¿Cómo fue aquel viaje?
R: Pues fue en un tren desde Sevilla, tras pasar un reconocimiento completo. Teníamos que venir sanos y limpios. Y me dieron el documento tanto en español como en alemán porque si no estaba bien, te rechazaban en el mismo tren. Mi hermano estaba emigrado aquí también, en la mina, donde no le faltaba trabajo. Yo, sin embargo, no sabía qué era eso del carbón...
"Vivíamos en las residencias para los trabajadores de la mina, en habitaciones de hasta dos literas"
P: Y cuando llegó, ¿qué se encontró?
R: Yo estaba sorprendidísimo. Cuando salía me preguntaba cómo puede ser que ahí abajo corran los trenes como por aquí arriba. Me tiraba una hora de tren hasta llegar a abajo. Un tren con 108 vagones. Empecé abajo después de estar tres meses en la superficie donde me enseñaron el trabajo, las palabras más importantes y las normas. Y mira que en español no sabía qué era una mina -explica- aquí aprendí el trabajo en alemán.
P: ¿Con quién trabajaba?
R: Con compañeros españoles, italianos, turcos y alemanes. Yo vivía en una residencia con unas 200 personas. Vivíamos dos, tres y hasta cuatro personas juntas por habitación.
P: ¿Cómo era un día de trabajo?
R: Había turnos de mañana y tarde. Por la noche también había trabajadores ahí abajo. Los compañeros siempre fueron alemanes. Así, por ejemplo, el alemán iba a picar carbón y nosotros, un compañero más y yo paleabamos y metíamos el carbón en la cinta transportadora. Eso era cuando no teníamos que quitar los postes que sostienen la vida de uno, claro. El trabajo era así: avanzas, posteas y el siguiente turno continúa picando. Hoy trabajas en un sitio y mañana en otro.
P: En 1966 el Consejo de Minería decidió cerrar la mina debido a la crisis del carbón. Hoy es un museo. Entonces, ¿cómo era la Zeche Emil?
R: La mina era un pozo donde he trabajado hasta más de 1.000 metros de profundidad. Hay que bajar y atravesar la piedra porque hasta los 400 metros o más no se encuentra el carbón. Había que picar la talla en dos veces: primero lo de arriba y al turno siguiente se pica la talla de abajo con las vigas ya colocadas. La defensa de uno es un metro veinte máximo. Hay que ir agachado o de rodillas o tumbado incluso porque hay tallas de 40 centímetros... Tienes la luz en la cabeza y una batería en la espalda.
P: ¿Cuántas veces sintó miedo?
R: He tenido miedo desde el primer día. Cuando yo bajaba en ascensor, atravesábamos 1.200 metros en unos minutos. Todos nos santiguábamos al llegar. Eran ascensores de tres plantas y los equipos eran de dos o tres trabajadores.
P: ¿Tuvo alguna mala experiencia, algún susto?
R: Sí. El tiempo que trabajé allí tuve mucha ayuda y muy buenos amigos pero es cierto que una vez tuve un accidente. En una ocasión, estaba picando y cuanta más piedra quitaba, más me caía encima. Se fueron las luces, lo que significa que algo malo pasa, y me sacaron de allí rápido.
P: Sin embargo, en unos meses salió de allí definitivamente.
R: Después de 18 meses exactamente. El 14 de enero de 1965 empecé en una fábrica de vidrio en la sección de luces de tubo, de esas de neón. Allí acabamos tres que veníamos de la mina.
P: Pasado el tiempo, ¿qué recuerda de aquella época?
R: Nosotros hacíamos trabajos que no quería el resto. Esto pasa en todos los países cuando uno es el que emigra...
"Encontramos una ciudad oscura y gris"
Francisca Corbacho ha permanecido toda la entrevista escuchando y sonriendo sentada al lado de su marido. Ella nos cuenta que llegó un año después de José y entró en un pueblecito de casas bajas "como naves, como barracones que era donde vivíamos los trabajadores de la mina y sus familias". A mano derecha estaban los servicios para todas las familias, recuerda. Pero las duchas estaban en una habitación, y allí "con barreño nos apañabamos" porque no había nada más. "Me encontré esto peor que España" advierte.
Casa negras y un ambiente oscuro tienen poco que ver con la ciudad que hoy es Essen. "Hasta hace poco más de 20 años había edificios con el baño compartido en el descansillo".
Francisca también intentó trabajar en la misma fábrica que su marido pero estaba embarazada y no le hicieron ningún contrato. Fue entonces cuando entró en un taller donde cosía los trajes de los trabajadores en un buen ambiente donde aprendío el alemán.
Cincuenta años después, ni Francisca ni José reconocen la ciudad. Esto -dice José- entonces, estába lleno de españoles. "Salíamos y nos juntábamos en la plaza. Eran vecinos, compañeros y amigos".
"Cada año pensábamos en volver"
"Volver siempre lo habíamos pensado" recuerda Francisca. Cada embarazo iba a ser el último en este país. Se ríe.
Sin embargo, y a pesar del crecimiento que vivió España unos años más tarde, ellos ya se sentían parte de aquí. Volvieron muchos, es cierto "pero nosotros teníamos trabajo y allí era el campo lo único que quedaba aún para nosotros y mis niños estaban en la escuela, formándose... Cambiarlos iba a ser muy difícil para ellos" entonces cada año postergaban la vuelta.
Y motivos no les faltaban. Francisca sonríe al recordar cómo las amistades alemanas ayudaban con los deberes de los niños. "Al final me doy cuenta de que hemos conocido a muy buenas personas", afirma, sin dudar satisfecha.
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