Despertar de una piernas electrizadas

Pasaron varios días que nos sirvieron para comentar los mil y un vestidos que desfilaron en la boda de Minerva. Gracias a ella, las cinco amigas de la universidad volvimos a mensajearnos por WhatsApp para recordar el brillo de aquella falda de raso azul de la suegra de Minerva, los escotes de las tres primas del novio, las corbatas y los zapatos de los caballeros… en fin, estiramos todo lo que nos dio de sí la boda de nuestra amiga. No faltó detalle y alusiones a los platos, al postre e incluso a las copas de champán que nos sirvieron.

Pero, como un azote, llegó la pregunta sobre aquel misterioso hombre del mechón de pelo en la frente. Noté que nadie se había percatado de que pasé toda la noche con él, así que evité la cuestión bajo el anonimato del grupo de la dichosa aplicación del móvil. Y como a una no le gusta alardear de conquistas, -gracias al cielo que sólo los dos supimos qué había ocurrido durante las horas juntos-, decidí salirme del grupo. Sí. Desde aquí os animo a que lo hagáis sin miedo también vosotros. Esta bien cortar por lo sano de vez en cuando… Pensad que ese fin supone la entrada en un próximo ciclo o… en un segundo grupo bajo el título detallesBoda2.

AH! No sigáis mis pasos, no caigáis en el error de nuevo... Allí me incluyeron y allí, sumisa que quedé. Hoy, pasadas dos semanas, nadie ha vuelto a hacer ningún comentario más al respecto. Ya sabéis que segundas partes nunca fueron buenas.

Así pues, mi vida sigue siendo la misma. Sólo hay un detalle que me ata a aquel enlace: a las 11 tengo que recoger el vestido Verde Phthalo de la tintorería. Una vez guardado en el armario, aquel mechón de pelo quedará también escondido con él.

Andando por la calle Barquillo en Madrid de camino a la tintorería, iba concentrada en la agenda para la semana memorizando cada una de las citas de la Galería de Arte, cuando desde atrás me agarraron del brazo. Una mano fuerte y grande me sujetaba el codo y yo, en un segundo pude adivinar de quién se trataba. ¿Tú? ¿Otra vez? Era lo único que podía preguntarme antes de pensar en aquel cuerpo…

-Te he visto desde la cafetería. ¿Trabajas por la zona? Sería una casualidad, porque yo estoy en este mismo edificio- Supe que señalaba para arriba, pero yo no me había dado aún la vuelta cuando una extraña energía me atrajo irremediablemente hacia su aroma.

- Te invito a un café. – Continuó, a pesar de que no estaba en mi mejor momento… la sonrisa estúpida que dominaba mis gestos no me dejaba ni asentir, así que seguí sus pasos hasta el bar blanco que hace esquina.

Un café con leche y hielo fueron suficientes para sacarme las primeras palabras y de repente, eché una ojeada al local que conocía perfectamente. Las paredes me guardan secretos de copas, risas y algo de sexo a escondidas. Y mientras me distraía en esos recuerdos, evitaba poner atención en su pelo.

-Me parece que sabes hacerlo bien- le sonreí mientras sacaba la cucharilla del café. El no lo esperaba y, en un intento por no mostrarse sorprendido, me suelta aquello de repetir cuando queramos…

¡Error! Mi experiencia me ha enseñado que esas palabras a la larga no cumplen los objetivos. Pero justo cuando pensaba una estrategia para abandonar el bar, él buscó de repente bajo mi falda. Sus dedos… no hace falta que os diga cómo me dejaron paralizada. Allí estaba, sentada en la silla con las piernas medio abiertas y la cabeza algo ladeada mirando su boca. Sonrió y antes de que se acercara a besarme me levanté de un salto. Anduve hasta su lado y a la altura de su oído me agaché. –Ya nos veremos-

Eran las 11 menos cinco cuando salí del bar blanco de la esquina, con un temblor eléctrico recorriendo mi vientre y mis piernas. Aún no me explico cómo llegué a tiempo de recoger el vestido

¡Gracias por compartir!


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